puertaquince

domingo, septiembre 21, 2008

El puente Allenby y el chofer palestino


Desde la terraza de la residencia del Embajador Luis Palma se podía ver flamear una desproporcionada bandera jordana. Los halagos, las sonrisas, los saludos y los análisis políticos tenían que ser más rápidos y menos espontáneos de lo normal ya que teníamos instrucciones de almorzar en pocos minutos, debido a que la frontera con Israel la cerraban a las 17:00 hrs.


Me invadía un sentimiento de nostalgia al recorrer la residencia del Embajador. Desolada, fría, sin muebles y tristemente resguardada, aquel lugar había despedido hacía poco a su último misionero, mientras que su actual inquilino, resignado, argumentaba que los muebles venían en el barco y que su señora llegaría a poner orden en pocas semanas.

Había un ambiente de nerviosismo en aquel lugar. La Guerra había estallado hacía sólo siete días y la ola de evacuados empezada a reflejarse en las calles de Amman y en los hoteles, los que empezaron rápidamente a atiborrarse de reservas.


El Volvo último modelo, el que llevaba una bandera de Chile en su punta derecha, empezaba a embarcar a sus pasajeros en un ambiente de evidente tensión. Arriba de aquel auto oficial iba el conductor, el Cónsul José Antonio Caviedo, mi madre y yo.


El calor no se soportaba y en el aire se respiraba cada vez más nerviosismo, mientras que el chofer, un hombre alto, apuesto, de tez oscura y mirada penetrante, trataba de acelerar capeando el tráfico vehicular que paralizaba a la capital de Jordania en medio de Mercedes Benz antiguos con placas libanesas y sirias y familias refugiadas en su propio asombro, devastadas, buscando asilo quizás dónde, en medio del ruido de aviones de combate que sobrevolaban las tierras de la princesa Alia.


En una de las vueltas a bordo de aquel vehículo de diplomáticos, pasamos frente al hotel donde nos habíamos hospedado. Pude despedirme de los pilares que detenían el paso de vehículos y que habían sido colocados como medida de precaución después que hace un par de años atrás, y mientras se celebraba un matrimonio, ingresó una mujer suicida con explosivos bajo su túnica. La mujer desistió de su ataque al ver que en aquel matrimonio había un centenar de niños. En otros hoteles de Amman no corrieron la misma suerte.


Todo era confuso en la frontera entre Jordania e Israel. Una vez en la sala de espera mientras otros hacían los papeleos por nosotros y todavía sin poder reponerme de lo mareado que me encontraba tras el viaje, el que contempló un sinfín de curvas y velocidades que preferí no retener al mirar de reojo el tacómetro del volvo, sentí estar en el Club Palestino de Santiago, lugar que visité cuando pequeño en reiteradas ocasiones.


Aquella sala de espera para pasajeros “importantes” era como estar en aquel Club. Mujeres y hombres sentados tomando té con menta, algunos fumaban arguile, la pipa árabe, y mozos toscos con bigotes gruesos y negros se paseaban ofreciendo bebestibles.


Al poco rato volvimos al auto y emprendimos viaje a la segunda etapa: cruzar el puente Allenby.

El calor aumentaba al mismo tiempo que el Cónsul de Chile en Jordania lucía cada vez más preocupado. Casi no hablábamos y el aire acondicionado nos cortaba la respiración con un aire helado y penetrante, cuando al poco andar vemos una reja y una caseta de vigilancia. Nos piden que nos detengamos y el policía que se encontraba ahí parecía dar instrucciones por el tono con el que hablaba. Yo sólo trataba de poner rostro de turista al mismo tiempo que agradecía las ráfagas de aire caliente que entraban por la ventana del chofer que hablaba con el policía.


Tras una breve conversación, el policía se subió al vehículo y nos acompañó hasta otra oficina. Una vez más nos encontrábamos tomando té con menta en una salón de inmigraciones con sillones, alfombras y almohadas con motivo árabe. Esta vez éramos sólo mi madre y yo, mientras un desfile de policías de distintas jerarquías por sus uniformes, se asomaban curiosos por la puerta de aquel salón disimulando una sonrisa.


Una pequeña televisión transmitía las noticias de algún canal árabe que ininterrumpidamente trataba el tema de la guerra en Líbano y de cómo las tropas israelíes dejaban incomunicada a la entonces Perla de Oriente por cielo, mar y tierra.


Otra vez dentro del vehículo y esta vez el puente frente a nosotros. Al poco andar nos vuelven a detener, esta vez cuando nos disponíamos a cruzar. Ahora era un policía israelí el que nos detenía, solicitando que el policía jordano y el Cónsul de Chile descendieran del vehículo mientras mi madre y yo cruzábamos con el chofer. Nunca voy a olvidar el rostro de resignación del Cónsul, quien fue obligado a descender del vehículo y esperar a más de cuarenta y cinco grados de calor, según indicaba el termómetro del auto, mientras nosotros cruzábamos.


Cuando emprendimos marcha me di vuelta en el asiento trasero y pude ver por el vidrio posterior del vehículo al Cónsul sacándose la corbata y secándose la transpiración con un pañuelo. Al darme vuelta vi los ojos morenos del conductor. Esta vez su mirada penetrante era reemplazada por ojos de pena los que desprendían unas silenciosas lágrimas.


Le pregunté en inglés qué pasaba. Él me dijo que nada, pero yo insistí. Lo que le dije tampoco se me olvidará jamás. “Si los israelíes te ven llorando van a pensar que algo pasa, quiero saber qué ocurre”, le dije en seco mientras mi madre me miraba sin entender qué pasaba.

“Yo nací en Palestina, yo nací en estos territorios que hoy están ocupados. Esta es mi tierra y no he podido volver a ella desde que me fui. Esta es la primera vez que vuelvo después de más de treinta años. Te ruego que me traigas una rama de olivo y un puñado de tierra. No importa de donde la saques, sólo tráemela”, me suplicó el chofer.


Le pedí que se controlara y que abriera la ventana para que pudiera respirar. Tuve que contener mis lágrimas y ser fuerte, ya que sabía que lo que venía iban a ser momentos de mucha tensión.

Se secó las lágrimas al mismo tiempo que llegábamos a la terminal de llegadas de Allenby. Dos cosas me llamaron la atención; una era lo jóvenes que eran los soldados israelíes, quienes no superaban los veinte años y lo otro era lo fuertemente armados que estaban. Eran ametralladoras y su dedo índice estaba en el gatillo.


“I´m so glad to be here”, dije nervioso al más viejo de los soldados, quien tenía cerca de treinta y cinco años y parecía ser el jefe. El calor era insoportable y mi nerviosismo casi incontrolable. Al darme vuelta y ver que mi madre estaba con las maletas expuesta a todo el sol, le pedí al mismo soldado que había recibido mi hipócrita y sobreactuado comentario, si podía mi madre esperar en la sombra.


Él me dijo que si y me preguntó de qué nacionalidad era mi madre, ya que parecía de Brasil. Ese comentario fue aún más hipócrita y sobreactuado que el mío, sin embargo yo le respondí que en Chile todos eran igual de parecidos que mi madre, ya que los rasgos brasileros en la región sur de América eran muy fuertes. Si hablamos de quién era más hipócrita hasta ese minuto ganaba yo.


Un poco más tranquilo y un tanto sorprendido por lo que yo creía era mi astucia, noté que jóvenes soldados se acercaban a mi, por lo que yo nunca dejé de sonreír y de decir lo feliz que estaba en Israel, frase que hasta el día de hoy me arrepiento de haber dicho.


En medio de mi farsa, uno de los soldados se me acercó. Me llamó la atención lo alto y gordo que era, pero aún más me llamó la atención el hecho que éste fuese gay. Conversamos un rato y yo le pedí datos para ir de fiesta en Tel Aviv, datos que me dio sin titubear pero que a mí nunca me interesó retener.


Estábamos conversando cuando nos interrumpió el mimo tipo al que yo le había pedido permiso para que mi madre esperara en la sombra y con un tono de sospecha me pregunta: “bueno, cuéntame qué hace tu madre en Chile”. Yo tenía claro que podía decirle cualquier cosa, hasta que era domadora de leones, pero nunca su profesión real.


Bueno, le dije, es profesora. Y de qué, me preguntó. De historia, le dije. No, dime de qué es profesora tu madre. De historia de la comunicación, le dije más nervioso. Me sonrió y sacó de un bolsillo sobre su pecho un papel con un membrete de Chile y la firma de la Embajadora de Chile en Israel. No, tu madre es periodista y los estábamos esperando, acompáñenme, me dijo volteándose.


Cuando me di vuelta para seguirlo, y tras decirle a mi madre que debíamos ir con él, me percaté que el grupo de soldados jóvenes con los que había hablado minutos antes me estaban sonriendo con complicidad. Esa sensación me acompañó durante el viaje y luego me di cuenta que en ese momento y al ver esas miradas pude cobrar fuerzas para lo que venía.


El trámite duró media hora, algo así como seis hora y media menos que lo que acostumbra a tardar. Teníamos instrucciones que nos estaría esperando el representante de Chile ante la OLP, el Embajador Hernán Tassara, sin embargo no veíamos ningún letrero con nuestros nombres al otro lado de las casetas de inmigraciones ni mucho menos a un Embajador.


Sabíamos que debíamos solicitar que no nos timbraran el pasaporte, ya que con un timbre de Israel no podíamos entrar de vuelta a Líbano a tomar nuestro vuelo, pero preferimos no pedir nada y cambiar el pasaje para salir por Egipto y así salir rápido del trámite. Una vez en territorio israelí, fuimos conducidos hasta donde estaba el Embajador. Verlo sentado junto a su chofer, ahogado por el intenso calor y sudando por los más de cuarenta grados, fue algo muy fuerte, especialmente por tratarse de un hombre de más de setenta años y al final de su carrera diplomática.

Nos presentamos, nos subimos a su auto y nos dirigimos a Belén.

lunes, septiembre 24, 2007

“AEROPUERTO DE SANTIAGO O LA PAJARERA DE METAL”

Lo que antes era la pomposa y en ese entonces moderna terminal nacional e internacional del aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benitez (conocido sólo en su casa) ahora es sólo un hangar de carga donde Aduana de Chile se encarga de guardar celosamente los artículos que son retenidos a los viajeros despistados que seguramente un día se les olvidó que debían declarar las carteras de cuero de canguro, o los relojes de diamantes o a algún animal exótico en peligro de extinción.

“A veces se hacen remates, el precio es absurdo y siempre van los mismos, ya sabes, así es Chile, todo queda entre amigos, entonces se compran y se venden entre ellos mismos”, dice REM mirándose un anillo que aparenta ser real y que revela sus más de cuarenta años de servicio en una aerolínea de bandera europea. En eso llega otra funcionaria expeliendo un aroma a perfume franchute, recién empezaba su turno, se saludan de dos besos, “al más puro estilo francés”, asegura REM, “lo único que les falta acá es sacar el queso y la champagne”.

Son miles los funcionarios aeronáuticos que desfilan a diario por la pasarela de baldosa mostrando sus uniformes lustrados y sus mejores maquillajes, entre ellos y por orden jerárquico; los del aseo, quienes se encargan a cada segundo de sacarle brillo a la terminal con sus grandes traperos, sus miradas siempre apuntan al suelo y por lo general escuchan música todo el día a través de sus personal stereo, quizás acostumbrados al anonimato. Luego están los guardias de seguridad a los que sólo les falta el caballo porque son idénticos a los respetables funcionarios de la Policía montada de Canadá, con esos sombreros extraños y las camisas con condecoraciones falsas. Luego están los funcionarios de las aerolíneas, se distinguen entre ellos por los coloridos de sus uniformes, cuál más siútico que el otro, ellas van con el pelo tomado, exageradamente maquilladas, con zapatos de taco, casi siempre con falda larga, aunque las más osadas y cartuchas van con pantalón, por lo general con un pañuelo al viento y una sonrisa falsa de oreja a oreja, que cuando se despiden de los pasajeros y éstos se dan media vuelta ellas agarran a la compañera de turno, a la más cercana y descuartizan al pasajero en puro pelambre. Luego están los de Policía Internacional, ellos tienen su terreno, fuera de éste no son nadie, pero al ciudadano que se le ocurra pisar más allá de la flecha que dice “embarque internacional” pasa a tierra minada; ellos se pasean con seguridad por las alfombras y las casetas de su territorio, se encargan de digitar en una pantalla todos tus datos y chequear, por medio de una cámara que se instaló hace semanas, tu foto en el computador. Son apáticos, serios y siempre están enojados, no se tutean y se hablan en código. El personal de seguridad (no confundir con los guardias de seguridad, esos de la respetable Policía montada de Canadá) usan un traje negro y se encargan de que las señoras no lleven en su equipaje de mano pinzas, tijeras, corta uñas o cualquier elemento corto punzante. Posteriormente está el personal de antinarcótico que se pasean con perros drogadictos en búsqueda de explosivos, cocaína o marihuana y por último, están los funcionarios del consorcio aeroportuario, ellos son como los dueños de casa y son los más respetados, nunca se ven porque están detrás de los miles de monitores que revelan a través de las miles de cámaras ocultas lo que pasa dentro de la terminal aérea.

ÉRASE UNA VEZ UNA AZAFATA

Se pasean sólo por algunos sectores del aeropuerto, tienen acceso ilimitado a éste, las conocen exclusivamente los que no viajan y según el orden jerárquico están ubicadas entre los guardias de seguridad y los uniformados de las compañías aeronáuticas. También son hombres, pero predominan las mujeres, están ahí hace años. Se pasean con carritos al más puro estilo azafata, usan uniforme inventado por ellas y todavía creen que algún día podrán embarcar un avión y darle la más cordial de las bienvenidas a bordo en cuatro idiomas a cientos de pasajeros. Tienen edad avanzada y conocen miles de historias, han escuchado y visto de todo, venden cuchuflí, sándwich o cualquier otro comestible a los funcionarios que trabajan ahí y según cuenta su historia, algún día fueron funcionarias de alguna aerolínea que algún día se fue a la quiebra.

LA PUERTA 15

Dentro de la salas de embarque existen las puertas de embarque, éstas no llevan una numerología lógica y empiezan del número 10 en el sector internacional y terminan en la 25 en el sector nacional. Dentro del área internacional se encuentra la puerta 15. Es la más codiciada por los funcionarios de las compañías aéreas porque es la más cómoda y espaciosa. Dicen las lenguas que esa puerta fue construida especialmente para un avión que la empresa fabricante de aviones, Boeing iba a construir. “Iba a tener tres pisos y una capacidad como para setecientas personas, iba a ser el avión más grande de la Boeing”, dice Pía con una cara de exitación como si fuese una niña a la que se le prometió ir al parque a jugar, ella es ex funcionaria de la aerolínea KLM que un día voló a Chile y que luego de problemas económicos dejó de hacerlo dejando sin empleo a cientos de funcionarios. Cada día luego de ser construida la puerta 15, los funcionarios han prestado máxima atención a los pájaros de fierro que han tocado tierra en la pajarera de hierro. Van más de siete años desde que se construyó la terminal nueva de pasajeros y todavía no llega el anhelado Boeing que prometía albergar a un número de pasajeros nunca antes superado. A diario, los aéreos que se posan frente a la puerta 15 y el personal de la “afortunada” compañía a la que se le otorgó el embarque por dicha puerta creen ser aquel mega jet que nunca pasó a ser más allá que un rumor.

POLLITOS EN FUGA

“Era un cargamento de pollitos, debíamos mandarlo entre Chile y Amsterdam, eran como cincuenta aves que iban en el compartimento de carga super bien enjaulados”, cuenta Pía rememorando sus años de servicio en la holandesa KLM. Ese día cargaron el avión, un jumbo 747 combinado, la mitad de pasajeros y la mitad de carga. Entre las maletas de los pasajeros iba un cargamento de pollos que debían ir a un laboratorio en Amsterdam. Luego de más de quince horas de vuelo el avión se posó sobre la losa del aeropuerto de la capital holandesa, al iniciar el conteo de carga se percataron de que faltaba uno de los pollos, quedando el total en cuarenta y nueve plumíferos. Se hizo un rastreo exhaustivo y nunca se pudo dar con el paradero de aquél ave. Un mes después el avión hizo la ruta inversa volando desde Europa a Chile, fue el personal de limpieza del aeropuerto quien se percató que en la cabina del piloto estaba escondido un animal casi moribundo, al prestarle más atención se dieron cuenta que se trataba de aquel pollo que un día fue embarcado en un pájaro más grande que él y que en vez de plumas tenía una estructura rígida de metal.


El aeropuerto esconde historias, personajes, anécdotas. A diario son los miles de funcionarios los que se tienen que relacionar con otros miles de viajeros que siempre están en movimiento, son ellos los que siempre llegan o se van, los que nunca están, los que nunca pertenecen a un mismo lugar. Los funcionarios se conocen entre ellos, tienen códigos que solo ellos manejan, dialectos que solo ellos entienden y técnicas que solo ellos pueden usar porque nadie más que ellos conoce mejor la gran pajarera de metal.

martes, agosto 21, 2007

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lunes, agosto 20, 2007

Haiti

Cada vez que puede, la madre lleva al hijo después del colegio por un café Haití, así su "niño", todavía con uniforme y espinillas, le puede mirar las piernas a las desnudas mujeres que atienden en el downtown santiaguino, y así la madre duerme tranquila con la heterosexualidad impuesta a su hijo.

domingo, agosto 19, 2007

El llanto

"Cuando se caiga el cielo
y pida un deseo a la luna llena
seguro que ella estara llorando
al ver que te vas

Cuando se escriba la historia
de tus memorias
habra mas penas que glorias
rompiste mi corazon y otros mas
y ahora te vas

Inventaste palabras, palabras raras
para enamorarme
me llenaste la mente de musarañas
pero no me engañas

Yo que de mi te di todo
todo lo devuelves roto
loco despecho por poco me echo al vacio
y ahora me rio.."

Chayanne

Wanted

mi maleta y mi cuerpo llegaron juntos cuando el avión arribó y mi alma debe estar en el lost and found de algún aeropuerto

sábado, agosto 18, 2007

El exilio de la merluza pava

¿Qué culpa tiene la merluza española pescada en castro que por pavear fuera de sus aguas la atrapan y exportan de vuelta a españa?

La culpa

"tú no tienes la culpa mi amor
de tanto cachondeo
tú no tienes la culpa mi amor
vámonos de jaleo
ahí por la calle llorando
lágrimas de oro..."

Manu Chau

jueves, agosto 16, 2007

El audi

Si hubiera tenido un audi, un departamento en el golf, otro en la playa, unos cuantos centímetros de más y unos kilos de menos... quizás me hubiese interesado en él... pensó.

La mirada

Él había decidido dejar de mirar a los hombres a los ojos...